15 de noviembre de 2010

La educación que vendimos


Deberíamos tener claro hace mucho que si realmente nos proponemos salir adelante como país, necesitamos una reforma educativa, una real. A continuación, presentaré hechos puntuales con referencia a nuestro deteriorado sistema educativo, el cual es, en mi opinión, el principal obstáculo de la necesaria revolución mental en el Perú.
El mundo exige cada vez más un nivel educativo competente y sólido. En mi experiencia, me vi en aprietos en mi período de intercambio escolar en Berlín, donde los alumnos de aquel colegio dominaban el alemán, inglés, francés, y entendian latín escrito. Muchos entendían, incluso, griego antiguo. Todo esto para mí era sorprendente.

En un colegio privado en el Perú, el tener un nivel medianamente bueno en inglés ya era algo exótico. En los colegios públicos, sobre todo en las regiones más pobres del país, las cosas ya se empiezan a verse más grises, y el simple dominio y uso correcto de la lengua materna es poco común. Hablar de enseñar quechua en los colegios suena  para muchos hilarante. Debería ser una obligación del Estado el brindar, al menos, una educación escolar de calidad. La infraestructura, los docentes y el material didáctico, generalmente, no corresponden a un nivel siquiera bajo.

El reconocido informe PISA (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes) del año 2000 nos situó, no solo como el país con el peor desempeño en Latinoamérica, sino como el último de los 41 países participantes, teniendo más de la mitad de nuestros estudiantes evaluados un promedio por debajo de la mínima calificación de la escala. ¿Qué podemos entonces esperar de nuestro futuro? Naturalmente la noticia no causó mayor impacto político. Ninguna reforma real se ha visto efectuada a raíz del informe. Es más, la viveza de los gobiernos quedó en no formar parte de los informes PISA de los años 2003 y 2006. Esto, claro está, para evitar la vergüenza.

El tomar acciones concretas, respecto a la educación, parece no ser un tema prioritario de los continuos gobiernos que tenemos. Destinamos quizá más dinero del adecuado a la inútil burocracia; o, tal vez, una mayor partida a las Fuerzas Armadas. Sobre esto se podría discutir largamente.

Una característica internacional común de países desarrollados es que el período escolar dura 1 ó 2 años más que en el Perú; y este período se concluye con un examen estatal para todas las escuelas. Nosotros, en cambio, tratamos de compactar la currícula en 11 años de colegio, en los cuales aprendemos todo de paporreta; memorizamos tablas, elementos y números de oxidación y comemos misceláneas del “Baldor” para adquirir conocimientos que, tal vez, nunca apliquemos. ¿No sería más inteligente extender el tiempo colegial a 12 años, en los cuales, los primeros 10 años, aprendamos las materias básicas de la currícula de manera sólida y, en los últimos 2 años, todo lo relacionado a un eventual estudio universitario o técnico en el futuro? Concluir el colegio con un examen estatal, igual para todos los colegios públicos y privados en el país, garantizaría la calidad del estudiante que lo apruebe; así, ni el nombre, ni ubicación geográfica, ni el costo del colegio de procedencia, jugarían un rol decisivo, ya que, en todos los colegios, se evaluaría a todos por igual con un mismo examen.

Por otro lado, ¿Cuál es la meta de un escolar promedio que cursa el quinto año de secundaria en el Perú? Está casi sobreentendido que es ir a la universidad y sacar un título profesional. Uno puede asomarse a las universidades públicas y ver con crudeza, e incluso cinismo, cuántos miles de jóvenes ilusionados postulan a los exámenes de ingreso de dichas universidades; exámenes a través de los cuales se depurará a más del 90% de los postulantes, ingresando a las universidades solo los que alcanzaron el puntaje mínimo. Sin embargo, la verdadera tragedia comienza, realmente, con la admisión del universitario, ya que este joven creerá que, por el simple hecho de recibir un cartón (diploma), se le abrirán las puertas de un futuro prometedor.

Uno, también, puede asomarse a las universidades privadas, donde un número más reducido de jóvenes postula a un examen de admisión. Estos postulantes tienen el dinero suficiente para pagar una educación, en muchos casos, no tan precaria. Ellos esperan, al egresar de la casa de estudios que los haya admitido, tener mayores posibilidades de insertarse al mercado laboral compañeros universitarios de la estatal.

En ambos casos, los estudiantes son los perdedores y los estafados. No necesitamos médicos en masas, abogados en serie, ni ingenieros prefabricados. Tanto el nivel universitario como el mismo estudiante están en el Perú totalmente devaluados; son parte de una masa colosal de gente mal preparada que se filtró a través de un simple examen de ingreso, por el cual el estudiante “mejor” preparado, gracias, en gran parte, a técnicas de ingreso aprendidas en academias preuniversitarias, salió airoso.

En casi todos de los países con mejor nivel educativo, el estudiante es parte de una élite intelectual. Solo del 10% al 20 % de los escolares van a la universidad. El sistema que tenemos, en un país que ni siquiera está industrializado, NO funciona. La mayoría de nuestros escolares debería, por consiguiente, tener en mente estudiar una carrera práctica en un instituto o escuela técnica. Hay que quitar la idea que solo yendo a la Universidad y volviéndose “Dr.”, o ingeniero, hay un futuro seguro. Apreciemos pues cuántos abogados, economistas y médicos, encontramos desempleados o haciendo taxi en Lima. Peor aún para la sociedad, cuántos de ellos encontramos ejerciendo su profesión de manera desastrosa, habiendo recibido una preparación universitaria ridícula y ni siquiera posee un dominio admirable de su lengua materna.

Los arquetipos trasnochados de nuestros predecesores condicionaron el sistema que tenemos actualmente y, por nuestro propio bien, se debe cambiar desde sus cimientos; si es que aquellos siquiera existen.

Los institutos y las esculeas técnicas tampoco mantienen un nivel idóneo. Al igual que con los colegios y las universidades, la ecuación se mantiene constante. El más pudiente tendrá mejores posibilidades e, incluso, las posibilidades de éste serán mediocres comparadas al estándar competitivo real internacional.

En el Perú, si uno quiere educarse medianamente bien, debe tener suficiente dinero para pagarse un colegio privado y después una universidad privada. La educación se vendió, la volvimos un negocio, se prostituyó. Ahí reside la esencia de nuestra desgracia. No en la corrupción. No en el terrorismo. No en el gobierno militar. No en la guerra con Chile; ni mucho menos en la conquista española. Caminemos sino por la masiva y atractiva Lima; la ciudad con más de 30 universidades. El barrio rojo de la educación universitaria.

Alguna vez un viejo amigo, que conoció mucho del mundo, me dijo que quedaban muy pocos países donde importara más lo que uno sabe y no lo que uno tiene. Seguimos, lamentablemente, en la senda marcada por los Estados Unidos y el consumismo absurdo, donde el que más tiene más vale. Un modelo donde no importa la calidad intelectual ni la preparación profesional o técnica; ni mucho menos el contenido moral de la persona.

Queremos un Perú moderno, con metropolitano, con carretera interoceánica, con gas de camisea y trenes eléctricos; un Perú pintón, con nuevos y más vistosos estadios y edificios. Un Perú orgulloso y ganador; poseedor de Machu Picchu. Airoso con sus tanques chinos. Organizador de Juegos Panamericanos y con su selección de fútbol en el mundial. Éstas son nuestras prioridades.

Como individuos, queremos el auto último modelo, la camisa de marca, ir a las playas de moda y poseer la casa bonita naturalmente en el barrio “correcto”.

Mi pregunta escéptica para cada uno de nosotros: ¿Qué quieres realmente para ti y tu país ahora?


“Dr. No”
Estudiante de Musicología Histórica y Sistemática
Universidad de Hamburgo - Alemania


1 comentario:

  1. tiene razón, la educación en nuestro país a la larga (y no tan larga) termina siendo una estafa pública. Parece que a nadie le interesa eso.
    felicidades a Dr.No por su agudeza.

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